La entrada a Chile hay que ganársela a pulso. Un buen madrugón y una ascensión de infarto hasta los 4800 metros de altitud dejarán el camino franco para cruzar la frontera en Paso San Francisco. La parte verdaderamente deportiva comienza con un precalentamiento progresivo de los motores rodando por pistas mineras antes de enfrentarse cara a cara con la cruda realidad del desierto de Atacama. Se pasará entonces a terreno abierto con arena aquí y allá. A continuación, en los últimos 40 kilómetros, y para muchos competidores ya de noche, harán su aparición estelar las dunas gigantescas y los vertiginosos repechos de Copiapó. La sutileza y el instinto a la hora de superar estos escollos recibirán su justa recompensa.