Es noche cerrada y el frío comienza a colarse por todos los resquicios. Sin embargo, en la ciudad cercana resuenan las fanfarrias de fiesta y el cielo refulge una y otra vez con fuegos de artificio que pugnan por alcanzar las estrellas, un poco más cerca cuando se vive a 3.700 metros. Nuestro protagonista sale del comedor en el que los rezagados estudian el libro de ruta para el día siguiente. Una familia VIP a la que se ha concedido el privilegio de entrar al vivac donde se encuentran los aventureros del Dakar lo aborda de inmediato: “¡Chavooo! ¡Chavooo!”. Sonrisas y foto. No es la primera de hoy. “¡Es absolutamente increíble!”, comenta. “Toda esa gente, tantísimas banderas… Y el presidente que me ha puesto como ejemplo en su discurso…”. Juan Carlos Salvatierra es un fijo del Dakar desde hace unos años (29ª posición el año pasado), pero la llegada a Bolivia lo ha emocionado más de lo que nunca habría imaginado. Emocionado y trastornado a un tiempo: “Son ya las 21.30 y no he terminado las notas para el roadbook. Y todavía me queda trabajar en la moto. Si es que hasta me ha costado concentrarme a lo largo del recorrido”. El parque cerrado se encuentra justo al lado del cuartel donde se halla el campamento base del Dakar en Uyuni. Cientos de personas se agolpan tras las barreras para observar a los pilotos mientras cambian las ruedas, el aceite o los filtros. Algunos, ya algo impacientes porque su héroe se hace esperar, corean de vez en cuando: “¡Chaaavo! ¡Chaaavo!”. Juan Carlos aún no sabe que aquí también lo espera su recién estrenada popularidad. En plena noche. Una situación que desconcertaría a cualquier piloto del Dakar.